narices


La luz disminuye a la par que las pupilas se dilatan. Hay un avión que quiere entrar por una de ellas, por la derecha, pero las pestañas lo alejan y se posa en la nariz como mariposa que succiona polen y cuando acaba de tomarlo se va.

Perdón, me fui. Perdón, no me importó. Perdón, no me importa. Perdón, no siento este perdón. Lo que sí siento es que extraño unos ojos, porque en cuanto se apagó la luz me quedé viendo fijamente y después de posarme en varias narices pensé que había encontrado en un charco mi océano.

A veces lo creo, a veces no.
A veces, ni todas las voces puede ahogar la suya y ningún silencio puede callarla. Pero, a veces ni la recuerdo.

Y es que en esas veces en que me olvidan, yo olvido. Y me poso en otros rostros tratando de saber si logro estar en dos lugares a la vez: en otros ojos y en los míos.

Perdón, no debí decirlo, pero hay tantas cosas que no debo decir y las sigo diciendo, así que no hay mucha diferencia.

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