pirañas

En la sala de la casa de la recientemente difunta abuela, alguna vez jugué con un caracol de mar. Y ahí, sobre el cemento rojo y pulido por el uso, saltaba con parpadeos de un lugar a otro viendo cosas que nunca antes había visto. Era la selva encontrada entre el follaje de la higuera y los cientos de plantas que invadían poco a poco las antiguas casas de borregos e iban desapareciendo el caminito. A veces creía y quería escuchar monos. En la casa de la abuela-bisabuela maternal vivía un océano en la pileta. A veces el océano tenía pirañas, o peor aún: charales. Entonces metía rápido la mano cuando sacaba agua con la jícara, el agua helada me llegaba hasta el codo y al sacar la mano mientras el aire tibio devolvía temperatura, veía el vaivén hipnótico del agua de la pileta, esperando a que se asomaran las pirañas para tratar de recuperar mi mano y saciar su hambre.

Además de las pirañas, siempre esperé ver cara a cara a la rata del drenaje, al nahual, al sincuate, al chupacabras y bueno, para qué mentir... también esperaba ver a la llorona. Lo esperaba, mas no lo quería.

Pero lo que siempre quise y esperé fue ver a Avarim. Ayer lo recordé. Lo había olvidado como miles de cosas que olvido, como el miedo al fin del mundo, a la llegada de los extraterrestres, a una enfermedad mortal, a un asalto o a la roca que en sueños vi que aplastaba a la ciudad.

Comentarios

Sol Reyes dijo…
esto esta fabuloso!! abrazos!

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