Blanca

Cuando conozco a alguien la meto o en el cajón de los felinos o en el cajón de los perros. Lo hago por sus movimientos, por su mirada, por sus temores y sus deseos. Es fácil, un perro siempre esta moviendo la cola, es cariñoso y para tener su cariño sólo basta acercarse un poco, es dulce, amable y tal vez se enfade pero perdona en seguida; da cariño y necesita de él.

Un gato es diferente, no necesita mucho cuidado y parecería que no cuida de ti, pero el hecho de que se acerque puede significar dos cosas: una, que quiere obtener algo y dos, que has logrado traspasar la barrera que no cualquiera logra. Claro, hay diferentes tipos de gatos, los que viven siempre dentro de una casa y están más que acostumbrados a la manipulación humana y los que que viven fuera.

Mucho de lo que se de las personas lo aprendí con Blanca y con Blanca. Un apelativo correcto para ambas y aunque pareciera poco específico jamás se prestaba a confusión.

Una perrita rescatada de un accidente y una gatita que llegó siendo deseada.

Primero era Fígaro, luego llegó Blanca, ya no era tan pequeña, manteca en los bigotes, buena comida, un gran jardín y miles de lagartijas que perseguir.

Blanca es muy juguetona, con un rostro hermoso y por demás tierno y una cola incesante. Ella no ladra a desconocidos como los demás; ladra cuando, aún faltando una calle, alguien de la familia se dirige a la casa.

No recuerdo en qué año llegó exactamente Blanca, pero sí recuerdo que ella era el ser con quien más he pasado tiempo. Hace más de diez años que desde que llegaba a casa, además de los ladridos, me recibía un maullido. Se paseaba entre mis pies, ronroneaba discretamente y se sentaba a mi lado hasta que llegaba alguien, entonces seguía su vida, se iba de juerga, se asoleaba o se dormía en las sillas rojas de terciopelo que en un segundo quedaban nevadas por su pelo.

A veces, cuando era la hora de la comida o la familia estaba reunida, se acercaba amablemente a acompañarnos a comer o se acostaba en la alformbra para juguetear un poco, como complaciéndonos con su gracias. Y aunque parecería que mi papá le daba miedo, se le acercaba poco a poco buscando una caricia.

En las noches más frías que pasaba frente al monitor, conseguí que se acostara en mis pies y entonces ya no tenía frío.

Volvió el tumor y Blanca se está muriendo.

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