ciao

La casa azul elevaba por los aires su caparazón, recorriendo en segundo piso las nubes suavelinas que volaban, cada una por los senderos rotos y absurdamente repavimentados con ilusiones rotas por los rayos del desgane. Y temblaba el aire y temblaba el suelo con cada paso de las hormigas rojinegras que dirigían respetuosamente sus antenas al pasar frente a mi fantasma y cantaban con coraje y determinación una canción de adiós.

Ciao ciao ciao bella ciao ciao ciao bella ciao bella ciao bella ciao.

Ensimismadas recorrian la platilla del inusitado puente-campamento entre su migajas y el angustioso hervidero. Pasado el momento de respeto cantaban, reían y comían la deliciosa masa artificiosamente azucarada y con euforia no mayor a su sinismo miraban desdeñosas a Don Búho, que gemia por heridas en las patas lastimadas con intentos de escapar de la casa de madera de abajo de la volcana.

Una mañana despertó la mujer y no encontró al guardian de sus pies. Se había fugado tras descubrir que su interés estaba en un vapor lejano a esas latitudes. Había subido del lago de los reyes un domingo caluroso y ahora trataba de alcanzar la cabellera de un meteorito que pasaba por ahí.

La mujer lloró y de sus manos salió un hilo de blanca sangre dura y fría. Descuajada se enredo entre las piedras hundidas y la tierra la bebió y la escupió tantas noches y tantos días como le fue terrenalmente posible.

Ese dominguero día-noche, Mr. Búho sollozó un mucho más. La pata herida lo quemaba y lo anclaba más que nunca a su prisión ciclónica. Suspendido en el tiempo regresó ahuyentando a la buena suerte de su jaula oscura tibia, recibiendo una vez más las visitas de curiosos que no creían cuando escuchaban que una casa se había mudado de casa, llegando hace cien años a su segundo hogar.

Yo no creía que en esa casa habrían mil casas más y tampoco creía que mi casa podrían ser mil casas más.

Ciao.

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