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El día de mala suerte

Ganesha puso su mano y con suma exactitud me pateó con un dedo. Caí girando como cuando mi falta de confianza creaba una cola de gato que lejos de darme estabilidad, me hacía patear a los que querían sostenerme, pero esta vez no fue falta de confianza sino sobra. Caí porque amo estar de pie y elevar lo más alto mis rodillas, porque mi cuerpo decidió volar y esta vez no salió la voz que me mantiene lejos del remolino del slam. Volé porque estoy lejos y porque estoy cerca de lo que quise y lo que quiero y al caer, en un segundo vi, olí y sentí todo de lo que me guardaba. Ganesha me observaba. Ganesha sonreía. Mi labio sangraba. La gente corría. Yo sonreía. En el obstáculo encontré un vacío sin miedo en esa, anteriores y siguientes heridas, empujones y manazos de este dios con cabeza de elefante. Al final solo quedaron una contractura cervical, un raspón en el labio, una nariz adolorida, amigos que me acompañan, una tabla de surf muy suavecita, hilos que brillan en la escalera,

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