La fauna del DF



Parte 1


Estelas de dolor, novedad e inseguridad de colores quedaban tras de mi en cada paso. Nunca antes había valorado tanto el mecánico movimiento aprendido durante los primeros años de la infancia para evitar quedar a merced de la fuerza más grande de este planeta. 

Caminaba siendo fuerte, siendo débil, sintiendo y dejando de sentir. Un paso, dos, diez y el dolor dejaba su puesto trasero para tomar la delantera. No más pasos. No. 

La furia de la impotencia y la energía de la más difusa convicción mantenía mi mirada atada al cuidado de los tropiezos y mi mente en un solo objetivo: vencer un pronóstico.

Y en medio de la apretada pelea del planeta contra mi sistema nervioso algo apareció entre las hojas; un pequeño ser que me observaba primero curioso, luego complacido. 

Entre trompetas y valsísticas-circenses caminaba hacia mis pies, entendiendo que jamás le haría daño. Ese diminuto espíritu verde de largas extremidades sonreía con la totalidad de su ser y las hojas resguardaban sus pequeños pies con algo que estaba segura que era pequeñísimas garras. 

Con el tiempo desdoblándose en un acorde de acordeón, sin usar ni una palabra me dijo lo que tanto había esperado por tantas vidas. Habiendo entregado el mensaje, en un parpadeo regresó a su escondite dejando un aroma de lychee y mil dudas en mi mente.

A veces creo verlo en otros bosques, de lejos. Esperando un nuevo encuentro, la confirmación de su mensaje y un segundo de una hora o quizá de un día.


Parte 2
4 años después


Dejé de creer que lo veía. Su sombra y su risa no eran más que hojas cayendo. Todo cambia cuando entregas tu mirada a una pantalla y el dolor que despertaba mis sentidos había mutado en débil extrañeza presente en mis excesos como recuerdo de fragilidad. Casi olvidaba sus grandes ojos y su olor. Casi.

Hasta que el día exacto llegó. El sol reflejado en espejos celestiales trazó el camino hacia un árbol envuelto en llamas doradas. Y ahí, a plena luz del día, rodeada de edificios y gente apurada dejé de existir para ellos, porque ellos dejaron de existir para mi. En un segundo la magia había regresado, pequeños seres salieron de las ramas regalándome un desfile. Los habían de todos colores: verdes, naranjas, azules, morados, amarillos. Y a penas era el principio, bajaron del cielo planeando torpemente aves de enormes plumajes tornasol, picos larguísimos, otros redondos; gelatinas transparentes con pupilas dilatadas salían de los aspersores, serpientes de anillos multicolor se arrastraban por el aire y detrás de un árbol él apareció. 

Esta vez, tímidamente se acercó; más bien temeroso. Había pasado mucho tiempo y yo podrá ser una amenaza. Buscó en mis ojos, se inclinó hacia mí y con sus garras cuidadosamente apartó el cabello que cubría mi oreja y me recordó el secreto que durante 4 años se había perdido en lo hondo de mis lagunas mentales: Avarim te espera.


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